C'mon, c'mon
Por todas las veces en las que la misión que ha sido encomendada parece hacer que las cuatro paredes se vengan abajo con uno dentro, aquella mañana se despertó con la horrible sensación de haber posado primero el pie izquierdo, sin saber muy bien qué le han hecho los zurdos al mundo, aunque algo habrán hecho, que cuando la gente habla, por algo es.
Encendió la radio sin esperar nada más allá de Francino y una aceptablemente incorrecta predicción meteorológica, así que no fue una sorpresa encontrarse de nuevo atascos en las principales salidas de la ciudad, un abarrotado sumario de sucesos, mentiras disfrazadas de justicia, Parlamento o proyecto de ley, que es otra forma de llamar un callejón sin salida. No importa, siguió adelante. Zapatos, abrigo, llaves, cabeza, todo en su sitio.
Salió a la calle, él sobre las nubes, las nubes sobre su cabeza, y el suelo bajo los pies [se puede desear algo más?], circulación en ambos sentidos de la calzada, look left, look right, un pie, el otro, bien hecho. Paso de peatones, no hay lugar para cebras ni safaris en esta ciudad. Descendió a las entrañas de las aceras, concavidades abovedadas en cuyas paredes hallar la filosofía, la música, la teología, un auténtico trivium sin nada que envidiar a cualquier universitas.
Pero por hoy tampoco había tiempo, hoy de nuevo sólo podía correr para llegar a la hora a ninguna parte, que sin duda es el mejor de todos cuantos viajes puede hacer una persona en su vida, hasta que llegue el día de cruzar cualquier rio sin usar puentes que tiemblen al sentir dos pasos decididos a cazar la luz que huía en la otra orilla.
Cruzó la puerta, cielo abierto, caminos de tierra aplastada por los restos de un otoño menos cruento de lo que cualquier ciudadano de bien podría esperar [ya no nieva como antes, aquello sí que eran inviernos], y al dar la vuelta a una esquina se sentó en cualquier banco, por cualquier excusa, y contra todo pronóstico, y con unas apuestas de cuatro a uno a que no lo lograría, se limitó a sonreír, que es la única razón que puede hacer que un día tenga sentido para seguir cantando por las calles, destrozando la lluvia con la cara, silbando la melodía que ha de cambiar el mundo, bailando con un parquímetro [money...], descansar sin aliento, pero con más vida en las venas de la que se puede esconder entre las páginas de un periódico, los minutos de un reloj que dobla sus agujas en el supremo esfuerzo de hacer lo que nadie podría haber hecho mejor en un martes, que por siete fantásticos cúmulos de veinticuatro horas se alejaba de martes y trece, aunque lo de no embarcarse no lo entendiera jamás.
2 comments:
Creo que lo he entendido...
es esdrújulamente perfecto, al menos por hoy y dada la cercanía del temido martes trece.
y aunque nos falten uno o dos inviernos y tres o cuatro primaveras, me comprometo a desafiar al refranero
Me inyectaste la vida en vena... sin superstición alguna.
Me gusta tu blog.
Un beso
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