Mother did it need to be so high?
Pocas cosas me dan tanto miedo como los muros.
Un muro se construye sobre el miedo. Y el miedo es el detonante de la peor de las violencias: la que creemos justificada.
Para nosotros, los que no entendemos ya de rupturas Este/Oeste, que vivimos en un mundo dividido en Norte y Sur, y si acaso el comunismo nos parece algo romántico, que sucedió alguna vez, y siempre lejos, el muro puede acaso parecer una pared más. Porque aunque cambiara el mundo, desde aquel momento en que Hungría empezo a llenar de agujeros ese telón de acero del que habla una canción de Sabina, allá por el verano del 89; el ser humano ha seguido vallando el mundo.
Berlín se recupera de sus heridas, se llena de cicatrices, y no deja ni un momento olvidar su pasado cuando caminas por sus calles. Berlín fue arrasada por la guerra, y los berlineses divididos por el muro. He visto a una mujer llorar por que la dejaran pasar al otro lado, a una multitud gritar, he leído una y mil veces las centenas de alemanes que murieron intentando atravesarlo, y aunque me suena lejano, no me extraña. Porque si aun hoy se permite que se construyan muros, cada vez más altos, más vigilados, rodeados de armamento, amenazantes; si todavía hoy celebramos el blindaje de fronteras para sentirnos protegidos, de qué me tengo que extrañar.
Y no es que no me emocione el final de la Guerra Fría y todo lo que conllevó. No es que no me emocione el reencuentro de amigos y familiares y el hecho de que todo fuera por iniciativa popular, cada uno con su martillo tirando un muro que todos creían ya perpetuo, no es que no me emocione pensar que si ellos pudieron, nosotros (todos) también podemos cambiar el mundo. Es sólo que pienso que aún queda mucho por hacer.
1 comment:
eres muy tremenda, tenía que decírtelo.
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