El texto utiliza como punto de partida uno de los elementos básicos de la
psicosociología e incluso podríamos decir, de la filosofía: cuál es la posición del yo
con respecto a ellos. Resulta evidente que el comportamiento que uno
tiene es resultado de la interacción con otros, que, a su vez, se verán
influidos por nosotros. Que el hombre vive en sociedad, no es nada nuevo. Sin
embargo, el análisis que el texto hace del comportamiento de la izquierda
y la derecha es, a mi juicio, bastante simplista. No hay
que olvidar que el primer elemento de la famosa cita de Ortega y Gasset "yo
soy yo y mi circunstancia" es el sujeto, sí, pero el segundo, el entorno,
sobre el que no siempre se tiene control. Tampoco conviene olvidar la segunda
parte de la frase, no tan manida como la primera: " y si no la salvo a
ella no me salvo yo". Esta cita de Ortega y Gasset me parece más completa
que la utilizada en el texto. Ya que si en el "los otros" de Goethe
nada más caben ellos, individuos; en "la circunstancia" de Ortega hay
espacio no sólo para ellos, sino para otros muchos elementos.
Dicho de
otra forma, no creo que baste con analizar las interacciones entre la izquierda
y la derecha para entender la complejidad del escenario político ante el que
nos encontramos. El comportamiento de la izquierda habrá, sin duda,
influido en los triunfos de la derecha. En eso consiste el principio básico de
la alternancia en el poder y la rendición de cuentas. Las elecciones se ganan, para
comprobarlo basta con observar las declaraciones de los líderes de
prácticamente todos los partidos cualquier noche electoral. Pero también se pierden. La mayoría
de las victorias es eso lo que esconden.
En España se
ha visto en las pasadas elecciones de mayo y en las más recientes de noviembre,
cómo la
"izquierda" no ha perdido tantos votos como escaños. Cómo las
bases de lo que tradicionalmente se ha llamado izquierda: la búsqueda de la
justicia social, el reparto equitativo de la riqueza, unidos a valores
postmaterialistas como la conservación del medio ambiente o en su versión más
libertaria, continúan existiendo y son firmes. Ha sido el diseño institucional el que ha
provocado que la victoria de la derecha, que en este caso sí que se puede
identificar con un único partido se haya magnificado. No es por tanto la izquierda
en su conjunto la que debería ser pesimista, en palabras del texto, sino más
bien, un esquema de representación de esa izquierda que ya no conecta con sus
bases sociales. Es de ese grito del que se han llenado las plazas y calles
españolas, no de que la izquierda esté condenada al fracaso.
Es cierto
sin embargo que la estrategia del PSOE, y hablo del caso español por ser el más
cercano en el espacio y el tiempo, además de uno de los pocos casos europeos en
los que la urgencia y gravedad de la crisis no ha secuestrado el
funcionamiento electoral; es cierto, como digo, que la estrategia del PSOE durante la campaña
electoral ha sido la continua amenaza con el daño que iba a causar el PP; sin
darse cuenta, o sin querer dársela, de que el daño ya estaba hecho. Durante el
último año del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, el devenir de la
actualidad política había venido a demostrar que los recortes y medidas de
ajuste, el ogro con el que se asustaba al electorado, eran inevitables para
cualquier gobierno, ¿Por qué si no el ahora expresidente había tomado las
medidas que había tomado?. Una vez más, y tal y como señala el texto,
las opciones que se ofrecían no eran tan alternativas como los directores de
las campañas se esforzaban en señalar. Sin embargo, éste no es ni un pecado
original de la izquierda, ni particular. Tampoco la derecha, tampoco el PP, ha
venido a solucionar esta falta de propuestas. Su campaña ha sido una
exposición del estrepitoso fracaso que a su juicio habían representado las
medidas dirigidas por Rodríguez Zapatero. Estrategia que le ha ganado los mejores
resultados de su historia, pero que sin embargo representan sólo 600.000 de los
4.300.000 votos que ha perdido el PSOE. Bien podríamos concluir que es la
derecha la que debería estar preocupada por su escasa capacidad de captar bases
sociales, y no la izquierda. Sin embargo, ¿qué es lo que
hace que no lo esté?. Muy fácil: su circunstancia.
Una circunstancia en la que
la derecha domina los centros de análisis y de opinión. En la que el mayor
triunfo de la izquierda, el Estado del bienestar - y con él, el reconocimiento
de derechos sociales-, está continuamente siendo cuestionado, si no amenazado.
Una circunstancia en que la disciplina, el liderazgo rígido y el orden social
son aplaudidos, fomentados, en el que las discrepancias, que deberían ser parte
integrante de un sistema democrático, son vistas como una amenaza. Y más
concretamente, una circunstancia esta vez estrictamente doméstica, que ha
camuflado este escaso poder de convicción en unos resultados electorales
apabullantes, con una mayoría de escaños en el parlamento que lo legitima
constitucionalmente para poner en marcha cualquier política o reforma sin que
vaya a tener que rendir cuentas, más allá del formalismo institucional.
Sin embargo,
conviene no olvidar dos cosas. La primera es que por importante que sea la
gobernabilidad parlamentaria - resulta de lo más indeseable un escenario como
el belga en el que formara gobierno parece imposible -, lo que se gobierna
desde la presidencia no es el Parlamento, sino la población. Una
población a la que puede que no haya atraído la estrategia del PSOE, que puede
que en cierto modo tenga asumido que las medidas más impopulares no tienen
remedio; pero que no por ello tiene por qué aceptar todo lo que venga. Y en
este punto, el miedo del que habla el texto puede actuar como una espada de
doble filo. En palabras de George Bernand Shaw, "el miedo puede
llevar a los hombres a cualquier extremo". Puede hacer que asuman
obedientemente los recortes, la puesta en duda de sus derechos sociales como un
mal menor ante una recesión aún peor, aún más larga: puede ser, en otras
palabras, garantía de paz social. Pero el mismo miedo ante la pérdida de
derechos, puede resultar incendiario.
"El futuro tiene muchos
nombres, para el débil es lo inalcanzable, para el miedoso lo desconocido. Para
el valiente, la oportunidad", escribió Víctor Hugo.
Oportunidad que, a juzgar por las últimas movilizaciones sociales, ya no se
encuentra para buena parte de la sociedad en las instituciones tradicionales. No nos encontramos ante
una crisis ideológica de la izquierda, sino ante una pérdida de identidad entre
esa izquierda rica en argumentos y algunos partidos, los más tradicionales, a
los que algunas de sus circunstancias, las sinergias económicas y los esquemas
institucionales han forzado a traicionarse, mientras ellos mismos
no han sabido interpretar esa otra circunstancia que se iba desarrollando en
las calles. Ni por un extremo ni por otro han sabido salvar su
circunstancia, sino que se han visto ahogados en ella,
recuperando a Ortega.
El segundo
punto que es vital entender para afrontar el futuro es que el diálogo es la única forma
para construir una sociedad realmente democrática. Diálogo
que, más allá de lo innecesario que pueda resultar a efectos parlamentarios, es
crucial para garantizar la durabilidad de cualquier sistema más allá de una
situación - o crisis - coyuntural como la actual. Ya Aristóteles situaba dos elementos en la
base de ese diálogo: por un lado los interlocutores, que según
nuestra ambición podemos identificar con los partidos en el parlamento, los
grupos sociales o los ciudadanos; por otro lado, el hecho de que esos
interlocutores se tienen que reconocer recíprocamente como válidos. Ello
quiere decir que en un diálogo auténtico no caben descalificaciones inargumentadas, de la
misma forma que el primer presupuesto para cualquier negociación es que ambas
partes estén dispuestas a acercar en algún punto sus posiciones. Es en este diálogo
en el que las fuerzas políticas se juegan el futuro. Su capacidad de
representar alternativas, integrando en su discurso no ya a sus votantes sino
otras demandas sociales- es en la llamada caja negra de David Easton, la capacidad de generar
respuestas ajustadas a esas demandas, donde radica la supervivencia y capacidad
de adaptación, no sólo de los partidos políticos, sino del sistema.
Los adversarios políticos
tendrían que ser vistos como competidores y no como enemigos. Si es cierto que
cada diputado representa a la nación y no a su electorado, no puede ser que en
cada declaración esté anulando a la mitad de esa nación.
Es cierto
que en todo este esfuerzo la derecha parte con ventaja sobre la izquierda. Más si
cabe en España, donde frente a una izquierda fragmentada la derecha se presenta
cohesionada. Además, la base social de la izquierda, es dinámica, reclama cambio,
evolución; mientras que la derecha es conservadora, sus valores y prácticas no
cambian con tanta velocidad, Pero de la izquierda depende reaccionar con
miedo ante lo desconocido o con valentía ante la oportunidad que esto
representa. Ejemplos de valentía, aunque los menos, también los hay, ahí
tenemos el caso de Islandia, que aparece constantemente como referencia. Esa
valentía, para ser democrática, sin embargo, no puede confundirse con prepotencia. Siguiendo
con Aristóteles, tiene que mantenerse en el punto medio; pero tiene además que
convencer a los demás. Para que sean ellos los que nos salven si las
circunstancias cambian. Que nos salven en el poder o en la oposición,
reconociéndonos como representantes de algo. Al fin y al cabo, puede que la oposición sea un
mejor lugar desde el que ser valiente; siendo aquel en el poder quien
lidie con según qué circunstancias. Pero de uno y de otro depende
saber sacar provecho de la situación.
El conjunto de los españoles
no es ni de izquierdas ni de derechas, sino de ambas. Y desde
ambas opciones se le tiene que ofrecer argumentos y opciones que los ciudadanos
puedan tomar, reinterpretar y hacer propios. Y eso es lo que se pierde si se
rompen las vías de diálogo. No se puede caer en el error de ningunear al votante
medio, al que Winston Churchill consideró el mejor argumento contra la
democracia; sino que el esfuerzo debería ser convencerlo de que, entre
otras opciones válidas, una, ya sea de izquierdas o de derechas, es la
mejor. Ganar un debate de manera cotidiana.
Al fin y al cabo, "vivir
es constantemente decidir lo que vamos a ser", dijo también José Ortega y
Gasset.