Sunday, April 29, 2012

Pertenencias (Trasnochadas)

¿Sabes ese impulso que sienten los turistas cuando están en China y tienen que hacer una foto al primer (y quizás único) bar de "tapas" que encuentran? Yo busco por las calles tu perfume, olvidándome de la marca. Pensando que deberían prohibir su uso a todo aquél que no seas tú. Y me acuerdo de lo contentos que fuimos bajo las sábanas.

Monday, April 23, 2012

Yo no tuve un primer amor, empecé directamente por el segundo.
 Ivan S. Turgueniev: Primer amor (Moscú, 1860).

Así acabamos un (feliz) Día del Libro (Madrid, 2012)

Tuesday, April 03, 2012

Comentario: Izquierda, derecha, pesimismo y optimismo.


 ¿Y si invirtiéramos la máxima de aquel personaje de Goethe y pensáramos qué culpa tiene la izquierda en el triunfo de la derecha? Este tipo de análisis suelen ser más provechosos porque no se enturbian con el prejuicio de pensar que si nuestros competidores son muy malos, entonces nosotros tenemos necesariamente razón. Creo que buena parte de lo que le pasa a la izquierda en muchos países del mundo es que se limita a ser la anti-derecha, algo que no tiene nada que ver, aunque lo parezca, con una verdadera alternativa. Se ha dicho que la izquierda tiene dificultades en movilizar a su electorado y hay quien piensa que esa operación vendría a ser, no tanto despertar la esperanza colectiva como inquietar al electorado para ganarse la preferencia que resignadamente nos hace decidirnos por lo menos malo.





El texto utiliza como punto de partida uno de los elementos básicos de la psicosociología e incluso podríamos decir, de la filosofía: 
cuál es la posición del yo con respecto  a ellos. Resulta evidente que el comportamiento que uno tiene es resultado de la interacción con otros, que, a su vez, se verán influidos por nosotros. Que el hombre vive en sociedad, no es nada nuevo. Sin embargo, el análisis que el texto hace  del comportamiento de la izquierda y la derecha es, a mi juicio, bastante simplista. No hay que olvidar que el primer elemento de la famosa cita de Ortega y Gasset "yo soy yo y mi circunstancia" es el sujeto, sí, pero el segundo, el entorno, sobre el que no siempre se tiene control. Tampoco conviene olvidar la segunda parte de la frase, no tan manida como la primera: " y si no la salvo a ella no me salvo yo". Esta cita de Ortega y Gasset me parece más completa que la utilizada en el texto. Ya que si en el "los otros" de Goethe nada más caben ellos, individuos; en "la circunstancia" de Ortega hay espacio no sólo para ellos, sino para otros muchos elementos.

Dicho de otra forma, no creo que baste con analizar las interacciones entre la izquierda y la derecha para entender la complejidad del escenario político ante el que nos encontramos. El comportamiento de la izquierda habrá, sin duda, influido en los triunfos de la derecha. En eso consiste el principio básico de la alternancia en el poder y la rendición de cuentas. Las elecciones se ganan, para comprobarlo basta con observar las declaraciones de los líderes de prácticamente todos los partidos cualquier noche electoral. Pero también se pierden. La mayoría de las victorias es eso lo que esconden.

En España se ha visto en las pasadas elecciones de mayo y en las más recientes de noviembre, cómo la "izquierda" no ha  perdido tantos votos como escaños. Cómo las bases de lo que tradicionalmente se ha llamado izquierda: la búsqueda de la justicia social, el reparto equitativo de la riqueza, unidos a valores postmaterialistas como la conservación del medio ambiente o en su versión más libertaria, continúan existiendo y son firmes. Ha sido el diseño institucional el que ha provocado que la victoria de la derecha, que en este caso sí que se puede identificar con un único partido se haya magnificadoNo es por tanto la izquierda en su conjunto la que debería ser pesimista, en palabras del texto, sino más bien, un esquema de representación de esa izquierda que ya no conecta con sus bases sociales. Es de ese grito del que se han llenado las plazas y calles españolas, no de que la izquierda esté condenada al fracaso.

Es cierto sin embargo que la estrategia del PSOE, y hablo del caso español por ser el más cercano en el espacio y el tiempo, además de uno de los pocos casos europeos en los que la urgencia  y gravedad de la crisis no ha secuestrado el funcionamiento electoral; es cierto, como digo, que la estrategia del PSOE durante la campaña electoral ha sido la continua amenaza con el daño que iba a causar el PP; sin darse cuenta, o sin querer dársela, de que el daño ya estaba hecho. Durante el último año del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, el devenir de la actualidad política había venido a demostrar que los recortes y medidas de ajuste, el ogro con el que se asustaba al electorado, eran inevitables para cualquier gobierno, ¿Por qué si no el ahora expresidente había tomado las medidas que había tomado?. Una vez más, y tal y como señala el texto, las opciones que se ofrecían no eran tan alternativas como los directores de las campañas se esforzaban en señalar. Sin embargo, éste no es ni un pecado original de la izquierda, ni particular. Tampoco la derecha, tampoco el PP, ha venido a solucionar esta falta de propuestas. Su campaña ha sido una exposición del estrepitoso fracaso que a su juicio habían representado las medidas dirigidas por Rodríguez Zapatero. Estrategia que le ha ganado los mejores resultados de su historia, pero que sin embargo representan sólo 600.000 de los 4.300.000 votos que ha perdido el PSOE. Bien podríamos concluir que es la derecha la que debería estar preocupada por su escasa capacidad de captar bases sociales, y no la izquierda. Sin embargo, ¿qué es lo que hace que no lo esté?. Muy fácil: su circunstancia.

Una circunstancia en la que la derecha domina los centros de análisis y de opinión. En la que el mayor triunfo de la izquierda, el Estado del bienestar - y con él, el reconocimiento de derechos sociales-, está continuamente siendo cuestionado, si no amenazado. Una circunstancia en que la disciplina, el liderazgo rígido y el orden social son aplaudidos, fomentados, en el que las discrepancias, que deberían ser parte integrante de un sistema democrático, son vistas como una amenaza. Y más concretamente, una circunstancia esta vez estrictamente doméstica, que ha camuflado este escaso poder de convicción en unos resultados electorales apabullantes, con una mayoría de escaños en el parlamento que lo legitima constitucionalmente para poner en marcha cualquier política o reforma sin que vaya a tener que rendir cuentas, más allá del formalismo institucional.

Sin embargo, conviene no olvidar dos cosas. La primera es que por importante que sea la gobernabilidad parlamentaria - resulta de lo más indeseable un escenario como el belga en el que formara gobierno parece imposible -, lo que se gobierna desde la presidencia no es el Parlamento, sino la población. Una población a la que puede que no haya atraído la estrategia del PSOE, que puede que en cierto modo tenga asumido que las medidas más impopulares no tienen remedio; pero que no por ello tiene por qué aceptar todo lo que venga. Y en este punto, el miedo del que habla el texto puede actuar como una espada de doble filo. En palabras de George Bernand Shaw, "el miedo puede llevar a los hombres a cualquier extremo". Puede hacer que asuman obedientemente los recortes, la puesta en duda de sus derechos sociales como un mal menor ante una recesión aún peor, aún más larga: puede ser, en otras palabras, garantía de paz social. Pero el mismo miedo ante la pérdida de derechos, puede resultar incendiario.

"El futuro tiene muchos nombres, para el débil es lo inalcanzable, para el miedoso lo desconocido. Para el valiente, la oportunidad", escribió Víctor Hugo. Oportunidad que, a juzgar por las últimas movilizaciones sociales, ya no se encuentra para buena parte de la sociedad en las instituciones tradicionales. No nos encontramos ante una crisis ideológica de la izquierda, sino ante una pérdida de identidad entre esa izquierda rica en argumentos y algunos partidos, los más tradicionales, a los que algunas de sus circunstancias, las sinergias económicas y los esquemas institucionales han forzado a traicionarse, mientras ellos mismos no han sabido interpretar esa otra circunstancia que se iba desarrollando en las calles. Ni por un extremo ni por otro han sabido salvar su circunstancia, sino que se han visto ahogados en ella, recuperando a Ortega.

El segundo punto que es vital entender para afrontar el futuro es que el diálogo es la única forma para construir una sociedad realmente democrática. Diálogo que, más allá de lo innecesario que pueda resultar a efectos parlamentarios, es crucial para garantizar la durabilidad de cualquier sistema más allá de una situación - o crisis - coyuntural como la actual. Ya Aristóteles situaba dos elementos en la base de ese diálogo: por un lado los interlocutores, que según nuestra ambición podemos identificar con los partidos en el parlamento, los grupos sociales o los ciudadanos; por otro lado, el hecho de que esos interlocutores se tienen que reconocer recíprocamente como válidos. Ello quiere decir que en un diálogo auténtico no caben descalificaciones inargumentadas, de la misma forma que el primer presupuesto para cualquier negociación es que ambas partes estén dispuestas a acercar en algún punto sus posiciones. Es en este diálogo en el que las fuerzas políticas se juegan el futuro. Su capacidad de representar alternativas, integrando en su discurso no ya a sus votantes sino otras demandas sociales- es en la llamada caja negra de David Easton, la capacidad de generar respuestas ajustadas a esas demandas, donde radica la supervivencia y capacidad de adaptación, no sólo de los partidos políticos, sino del sistema.

Los adversarios políticos tendrían que ser vistos como competidores y no como enemigos. Si es cierto que cada diputado representa a la nación y no a su electorado, no puede ser que en cada declaración esté anulando a la mitad de esa nación.

Es cierto que en todo este esfuerzo la derecha parte con ventaja sobre la izquierda. Más si cabe en España, donde frente a una izquierda fragmentada la derecha se presenta cohesionada. Además, la base social de la izquierda, es dinámica, reclama cambio, evolución; mientras que la derecha es conservadora, sus valores y prácticas no cambian con tanta velocidad, Pero de la izquierda depende reaccionar  con miedo ante lo desconocido  o con valentía ante la oportunidad que esto representa. Ejemplos de valentía, aunque los menos, también los hay, ahí tenemos el caso de Islandia, que aparece constantemente como referencia. Esa valentía, para ser democrática, sin embargo, no puede confundirse con prepotencia. Siguiendo con Aristóteles, tiene que mantenerse en el punto medio; pero tiene además que convencer a los demás. Para que sean ellos los que nos salven si las circunstancias cambian. Que nos salven en el poder o en la oposición, reconociéndonos como representantes de algo. Al fin y al cabo, puede que la oposición sea un mejor lugar desde el que ser valiente; siendo aquel en el poder quien  lidie con según qué circunstancias. Pero de uno y de otro depende saber sacar provecho de la situación.

El conjunto de los españoles no es ni de izquierdas ni de derechas, sino de ambas. Y desde ambas opciones se le tiene que ofrecer argumentos y opciones que los ciudadanos puedan tomar, reinterpretar y hacer propios. Y eso es lo que se pierde si se rompen las vías de diálogo. No se puede caer en el error de ningunear al votante medio, al que Winston Churchill consideró el mejor argumento contra la democracia; sino que el esfuerzo debería ser convencerlo de que, entre otras opciones válidas, una, ya sea de izquierdas o de derechas, es la mejor. Ganar un debate de manera cotidiana.

Al fin y al cabo, "vivir es constantemente decidir lo que vamos a ser", dijo también José Ortega y Gasset.