Thursday, August 28, 2008

Pero Traxímaco nunca conoció a su abuelo, ya en la vejez solía repetir (como ya hubiera hecho en su juventud) que de haberlo conocido, habría sido arquitecto. Sin embargo, fue un chaval de pueblo como cualquier otro, con un apellido repetido en cada esquina y bocadillo de chorizo a las cinco de la tarde si el año era bueno. Y es que Traxímaco nació cuando los felices años veinte ya habían dado paso a los oscuros años treinta casi sin avisar, probablemente concebido en una de las fiestas populares que proclamaron la república. Los temerosos años treinta lo habían llenado de historias fantasiosas basadas en hechos reales, dignas del mejor abuelo con mecedora en una tarde de lluvia.

Thursday, August 21, 2008

enésima biografía inacabada

Desde pequeño, Traxímaco confundía la realidad con la magia, llegando a repetir en diversas ocasiones a lo largo de su vida que se le había aparecido la Virgen. Claro, que bien pensado, en una época en la que las sotanas y los hábitos hacían cuanto querían en el territorio nacional y con las personas de ese territorio, lo extraño era que un niño no creyera posible la aparición de una Virgen de las muchas que pueblan el santoral y patronean por todos los pueblos.
Hijo de Heliodoro, era parte de una estirpe extraña en esa tierra: una familia plagada de nombres griegos, de Elenas con hache, Teófilos y Penélopes, nieto de un constructor de puentes de pueblo del cual provenía toda la sabiduría familiar. El abuelo se llamaba Juan, o Pedro, o cualquier nombre de esos que resulta fácil olvidar o confundir. Traxímaco recordaba muy bien el día en que su hermano Ángel (nombre de su otro abuelo, el materno, que murió pocas horas antes de su bautizo y provocó un cambio en los planes de llamarlo Ícaro) había tirado el cofre con la escafandra de construir puentes del abuelo Juan o Pedro, lo mismo da. Era un cofre de caoba, que según había conseguido averiguar de niño, había pertenecido a un negro africano que llegó a España con los cañones de la guerra, y que se lo había vendido al abuelo a cambio de unas cuantas monedas que a los dos días dejaron de valer y un puesto en la obra tras quedar inválido para el combate. La escafandra, toda oxidada, y ahora ya ( o entonces, ya) comida y agujereada por el óxido había sido el mayor tesoro del abuelo, un objeto siempre escondido por su abuela, de la que Traxímaco sólo conservaba el recuerdo de una foto con abrigo de visón y sombrero todo lleno de plumas, al gusto de la época.

Tuesday, August 05, 2008

Poesía para ser alguien que no soy


Mi chico azul surgió de un tren celeste
Elena Medel

Yo te propongo que te manches
la piel con pintura de (mis) dedos.
Que no cierres los ojos
no apagues la luz.
Que juguemos a ser lienzos
de una noche de verano;
de una madrugada
de otoño.
Te propongo que rompamos
todos los tabúes
y seamos arte,
o nuestra vergüenza
y rompamos la barrera del
sonido.