Thursday, August 21, 2008

enésima biografía inacabada

Desde pequeño, Traxímaco confundía la realidad con la magia, llegando a repetir en diversas ocasiones a lo largo de su vida que se le había aparecido la Virgen. Claro, que bien pensado, en una época en la que las sotanas y los hábitos hacían cuanto querían en el territorio nacional y con las personas de ese territorio, lo extraño era que un niño no creyera posible la aparición de una Virgen de las muchas que pueblan el santoral y patronean por todos los pueblos.
Hijo de Heliodoro, era parte de una estirpe extraña en esa tierra: una familia plagada de nombres griegos, de Elenas con hache, Teófilos y Penélopes, nieto de un constructor de puentes de pueblo del cual provenía toda la sabiduría familiar. El abuelo se llamaba Juan, o Pedro, o cualquier nombre de esos que resulta fácil olvidar o confundir. Traxímaco recordaba muy bien el día en que su hermano Ángel (nombre de su otro abuelo, el materno, que murió pocas horas antes de su bautizo y provocó un cambio en los planes de llamarlo Ícaro) había tirado el cofre con la escafandra de construir puentes del abuelo Juan o Pedro, lo mismo da. Era un cofre de caoba, que según había conseguido averiguar de niño, había pertenecido a un negro africano que llegó a España con los cañones de la guerra, y que se lo había vendido al abuelo a cambio de unas cuantas monedas que a los dos días dejaron de valer y un puesto en la obra tras quedar inválido para el combate. La escafandra, toda oxidada, y ahora ya ( o entonces, ya) comida y agujereada por el óxido había sido el mayor tesoro del abuelo, un objeto siempre escondido por su abuela, de la que Traxímaco sólo conservaba el recuerdo de una foto con abrigo de visón y sombrero todo lleno de plumas, al gusto de la época.

2 comments:

Danelí said...

no puedo decir más que
¡me encanta!



B E S A Z O
=*

Dani said...

Bello shhhhhhhhh.

Sígueme contando al oído...

Besos que te escuchan