Wednesday, August 21, 2013

280 _ _ , Madrid.

Madrid a veces es recuerdo, a veces es verdad.

Madrid es la calle Magallanes y el final de la calle San Bernardo, cuando ya está subido el repecho. El Metro es la línea 2. Madrid son los árboles del eje Recoletos-Paseo del Prado, la llama del soldado, la fuente escalonada. Es los niños que en agosto aprenden a montar en bici y los padres y las madres que mueren de calor sentadas en algún banco.

La interminable cola en el supermercado. El autobús que no llega y al final te toca correr calle abajo. Los turistas de compras. La Fnac, y puestos a elegir, la última planta y los niños sentados en sus sillitas aprendiendo que los libros son siempre mundos por descubrir. Es un Corte Inglés donde menos te lo esperas, y ahora también un Carrefour Exprés, y un Starbucks en cada esquina, como si fuera Nueva York.

Madrid son las contraventanas y/o las persianas verdes y los balcones estrechos de la zona de los Austrias. Dejarte caer por la calle Huertas. Los heavies de la Gran Vía. Madrid es el barrio de Malasaña, donde es imposible encontrar a alguien con un corte de pelo simétrico. La sede de la Sgae, el Palacio de Correos que ahora es Ayuntamiento pero que siempre será Correos. El racionalismo del Círculo de Bellas Artes, que resulta que es también del arquitecto gallego Palacios.

Madrid es salir del Thyssen completamente desorientada, esperando encontrarte a Cibeles, y toparte de frente con Neptuno. Es el Jardín de las delcias de El Bosco y las Meninas de Velázquez en un edificio tan grande como El Prado, con su sala oscura de las últimas pinturas de Goya. La calle Fuencarral como experimento sociológico, las heladerías llegando a la Plaza de Oriente desde la Plaza de España. Los reyes que se cayeron de lo alto de los pilares y acabaron repartidos por parques y jardines. La Reina Berenguela.

El Retiro. El estanque. El palacio de cristal. El lago y su chorro en medio, y los niños que dan de comer a los patos sentados en la escalera. La casa de las fieras que ahora es biblioteca -y de bibliotecas en Madrid podría escribir otro post-. El parque de Suchil y la Plaza de Olavide que no son lo mismo desde que los civilizaron. La sala de urgencias del Hospital Madrid. La maternidad de O'Donnel que ya no es, pero que era de ladrillo. Las golondrinas de Lorca, que algún día volverán a la Plaza de Santa Ana. Tantas plazas que antes de serlo fueron conventos. Madrid es a la vez corazón de la revolución y capital de los contrarrevolucionarios.

El Penta, el Barco, el Pepe Botella, también el Nells y acaso el Green. El Tupper, el Picnic, el Jardín Secreto, el Garaje Sónico aunque por una broma del destino, ahora sea un Dia. 8 y 1/2, Fuentetaja, Pasajes. La calle Hernán Cortés. Luis de Góngora. Subir en el Cercanías sin estar nunca segura de ir en la dirección adecuada. Metrobuses caducados, gastados, que pueblan todos los bolsillos y que te dan un vuelco al corazón. La boca de la calle Mayor de la estación de Metro Sol. A secas. La calle Bailén.

Madrid es la plaza empedrada del recinto del Parque Móvil, la iglesia que divide en tres al colegio, los niños que siguen jugando a la pelota bajo el cartel de prohibido jugar a la pelota. Cada vez más bicis, patines e incluso alfombras voladoras por la calle.

Todo tipo de habitantes desafiando un urbanismo que en los últimos años se ha esforzado en echarnos a todos de las plazas, de los parques. Los que llenan las calles de coches enormes, oscuros y brillantes de tapicerías color crema y que a lo sumo llevan dos ocupantes, los que atiborran autobuses y vagones. Los que duermen en la calle. En especial el que ocupa el banco de la calle Martínez Campos, esquina Cardenal Cisneros, que todos los días lee el periódico, que ofrece sus plásticos a los niños que se empapan en mitad de una tormenta, que bebe batidos de chocolate y come bocadillos. Madrid es también todos esos policías que vigilan. Vigilan en la puerta del Sol, vigilan en la calle Génova. Vigilan y no duermen. La señora que siempre se te cuela con alguna excusa, o puede que sin ella. Los niños de uniforme arrastrados por alguna nanny de uniforme blanco y tez oscura. Los niños que salen en tropel y con los pantalones rotos, polvorientos y con ese olor a sudor y mandarinas que puebla todo colegio que se precie a la hora de la merienda. Los relaciones públicas que reparten flyers, los del chaleco de Compro Oro, los cazasolidarios, que no son más que un tipo diferente de comercial.

Madrid es un apartamento pequeño y lleno de libros. En un último piso con ascensor. Y con la puesta del sol en la ventana del baño.