De mora y avellana.
Jugaba con las lanas del tiempo y de la música y las mezclaba en la pared ahora vacía de su habitación. Se daba cuenta que, pese a las transformaciones, nada había cambiado, y nunca lo haría.
Caminaba siempre por el lado derecho de la acera, haciendo equilibrios de cosas imposibles, y miraba al cielo para ver si podía robar alguna nube que colgarse del tobillo a modo de cadena. Para poder decir eso de "como caída del cielo" que tan poco sentido tenía en los días en que no había lluvia pero el viento era del Norte y provocaba que todos los cinéfilos huyeran a comer chocolate a cualquier otro lugar.
Siempre le habían dicho eso de "lo entenderás cuando seas mayor" y, ella, parecía no haber crecido lo suficiente. Quería una caja de cartón en el fondo del pasillo y que su caballo se pareciera al calcetín raído que su padre prometió que tiraría.
Y al pasar la página, el libro había acabado.
Comienza ahora el plan be, que es lo mejor que imagines al atardecer