Pablo se largó un día.
Y Marta no se dio cuenta hasta la tarde-noche del siguiente.
Intentó llorar pero no pudo,
así que preparó café y tostadas;
se puso rimmel en las pestañas
y bajó la calle,
y dobló la esquina,
y llegó la música;
y arrancó a reír a carcajadas.
A los dos días, llegó Miguel.
Sólo se quedó una noche,
pero supo cómo arrancar el corazón de entre tanta carcajada.
Cuando Miguel se fue diciendo que no llegaba a trabajar,
parecía que el mar no sólo se había quedado sin agua,
sino también sin sal.
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Pero Marta puede, al mar que se le eche azúcar.
Pues menos mal que se dio cuenta.
Más vale tarde que nunca ¿no?
Feliz Navidad.
pero Marta es miel, no le hace falta más azúcar.
*
soy la niña que vuela sin caparacaídas.
me encanta tu rincón.
Me dejas pensando...
(con tus últimos post).
Bellos...
Abrazo.-
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