Friday, October 29, 2010

no te aburras en el tren

No era mi culpa. Yo lo sabía, pero supongo que no quería saberlo. Total, que me presenté en la comisaría más cercana. Y me acusé. No sabía muy bien de qué acusarme. El policía, de un apellido más que común, me miraba perplejo. A ver señor, no me haga perder el tiempo. Deja pasar a la chica, Núñez. La chica era una joven (me encanta decir “joven”), con aspecto de no haber dormido nada y unos tacones altísimos. Me han robado el bolso, entró llorando. Yo me declaré culpable. Aunque no se me imputara ningún hecho.

El policía, riendo me hizo salir, me amenazó, no me quería volver a ver por ahí. Y para declararse culpable, tiene que ir usted a un juzgado, señor. Lo sé, joder, siete años estudiando Derecho.    Total, que ahí estaba yo, calle Luna, centro de Madrid. Sábado siete de la mañana. Tu casa en la calle Hernán Cortés cerrada a cal y canto, con su terraza angosta y las plantas todas muertas. Te habías ido. No era mi culpa y yo lo sabía. Pero no sabía qué hacer con ello.

Ese fin de semana está algo borroso. Bebí, bebí muchísimo, desde el sábado a las siete y media de la mañana, hasta el domingo, once de la noche en La Latina. Primero bebía solo, y triste. Y le daba la brasa a los camareros de la barra. Siempre había querido hacer algo así, tan de mi abuelo y sus amigos del bar. Los camareros hacen como que te escuchan, y te sirven una y otra copa, de vino blanco, sin parar. Hasta que te ven mal y poco falta para que te echen a gorrazos. Más tarde, y cuando ya era hora de beber para mi edad, me llamaron dos colegas del curro. Del curro del verano pasado, claro. Y me tomé una, dos o tres cañas con ellos. Llevaba en el barrio todo el día, sin atreverme a pasar la frontera marcada por Alonso Martínez. Quién coño sería Alonso Martínez. Después los cuatro amigos, corrijo un amigo y tres amigas que me quedaban en la Facultad, dónde te metes, capullo. Si os venís a Tribunal, vamos a ese bar en Barceló, y nos tomamos una larga de sangría. Joder, macho, apestas a  alcohol. Sí, bueno, Mireia se ha ido. Y entonces, en vez de no salir de su casa, has decidido no salir de los bares de alrededor, eso lo explica todo.

Mireia, ¿tú crees de verdad que no salíamos de casa? Bah, déjalo, en realidad es una pregunta bastante estúpida. Yo nos recuerdo en el Metro, ¿sabes? Siempre que voy en el Metro me acuerdo de ti. Cuando no te agarrabas debidamente a las barras, y entonces te caías sobre mí, o sobre la señora de al lado, disculpe lo siento muchísimo. Te has largado porque es algo que siempre dijiste que harías, y te admiro por ello. Pero te echo de menos. Te echo de menos y no tengo pasta para dejarme en teléfono.

1 comment:

Patricia Casalderrey said...

Joder, Pacius, yo creo que es de lo mejor que has escrito.