Saturday, March 12, 2011

Trenes, bares, lo mismo da.

N. de la A. : algo tiene el tren desde/hasta Salamanca, que hace que escriba.

Puede que todos hayáis leído Tokio Blues (Norwegian Wood) y entonces pensaréis que qué c*ño me he creído. Pero lo cierto es que voy en el tren y de repente suena You've got to hide your love away! y entonces, ya no existe el tiempo. O yo no estoy en él, que viene a ser lo mismo.

Voy en el tren y es más un viaje de sentimientos que de negocios. Me van a venir a buscar, y parezco muy dispuesto a echarme a llorar a la mínima de cambio. De lo que pudo haber sido y no fue. De una posibilidad entre un millón.
Es sábado por la mañana, y todo pasó un jueves. Pero en el curro no entienden de "amor de mi vida" como categoría por la que se pueda conceder un día libre.
Voy en el tren en esta tierra sin pueblos, con rocas de granito y escasos animales, repartidos así como a puñados por el campo.

La conocí en un país de eso que llamamos Centroeuropa. Da igual cuál, no me quiero significar. Yo había acabado allí un poco de casualidad, con mi fajo de papeles a cumplimentar en las distintas oficinas y una beca que nunca llega a tiempo. Ella, en cambio, estaba segura de querer estar ahí. Quizá fue eso el magnetismo que me llevó a acercarme a ella en un principio. Vete tú a saber. No estoy seguro de cuánto tiempo es prudencial para decir que la quería. Si es que eso puede ser prudencial en algún tiempo. Que fue el amor de mi vida. De mi vida conocida.

Nos conocimos en un tren. Precisamente. Con nuestras maletas grandes y las caras de quien acaba de llegar a ese lugar que le va a cambiar la vida.
Me presenté porque no pude evitarlo. Me presenté en inglés, a pesar de haberla visto leer las Obras Completas de Onetti en español. Novelas, Volumen I. Así que nos ayudamos con las maletas al llegar a la estación y nos deseamos lo mejor.
No sé qué fue de su vida en el primer mes allí. O sí lo sé, pero prefiero no pensarlo. La siguiente vez que nos vimos fue en un bar. Uno nuca sabe lo que puede pasar en un bar, más aún si es de madrugada. Así fue como obtuve un rato agradable, unas cuantas cervezas de más y un número de teléfono.

Pero yo no soy ni rubio, ni alto, ni guapo. Aunque ese año quizás fuera pálido. Y una no elige un país de Centroeuropa para acabar con alguien de nombre castellano. Diréis que uno no elige de quién se enamora. Pero creo que no estoy del todo de acuerdo. Yo la escogí a ella en el tren, tal vez porque nunca había querido a nadie con el pelo rizado; o con esa capacidad de mimetismo: que aun siendo el primer día en un país extranjero, fuera capaz de leer a Onetti en un tren.

Pocas cosas son tan inútiles para mí como un número de teléfono. No tengo muy claro cómo llegamos a ser amigos. Pero pocas veces los amigos hacen tanta falta omo cuando se hace de noche a las tres y media y en los restaurantes no entienden qué es la sobremesa.

Estudiaba Filosofía. Yo nunca me habría acercado a una estudiante de Filosofía en condiciones normales. "Yo soy más de cosas útiles", le dije. Y estuvo a punto de asesinarme. Lo sé.

Y ahora es ella la que está muerta y yo el tipo en el tren, escuchando Los Beatles y acordándome de todo lo que pesaban las maletas, la vida y los cambios el verano en que regresamos.

"Here I stand, head in hand turn my face to the wall …"

2 comments:

DANI said...

Hoy me has recordado a Nick Hornby y su "peazo" libro 31 canciones.

Porque cada canción puede tener una historia.

Besos musicales

Beauséant said...

cada canción suele tener una historia, pero casi siempre triste o nostálgica. quizás porque nadie escucha música para sentirse bien :)