Thursday, June 14, 2007

De los 365, los de sol.

Era increíble el frío que hacía en la ciudad aquel año. Ni la nevada del invierno pasado hacía predecir tantas mañanas heladas seguidas. Ya no llovía, de vez en cuando granizaba, pero eso no frenaba el viento que venía del Oeste trayendo la nieve de las montañas.
Así que me desperté tiritando sin atreverme a poner un pie en el suelo, buscando con la mirada mi jersey de lana gorda y mis zapatillas, perdidas a los pies de la cama. Pero no tuve más remedio que salir, llegaría tarde.
Había quedado en la Plaza de Armas para ir a tomar un café antes de las clases de la mañana. Siempre quedábamos ahí, como buscando una excusa para llegar tarde a la facultad. Me encanta la mezcla de gentes que se puede ver a los alrededores de la plaza: turistas, indigentes oficinistas, bohemios, y viejos trasnochados que buscan los lugares que les recuerden las tardes de juventud.
En medio de esa marabunta, estaba ella, con su bufanda enrollada en el cuello, casi arrastrando por el suelo, la mochila al hombro. Sonreí al ver cómo le temblaban las rodillas y las manos, al notar su nariz roja. Miré entonces al cielo, pidiendo un poco de sol. Pero nada hacía pensar que lo fuera a conceder.



-Dos cafés con leche, por favor. Y mucho azúcar.
A Laura le encantaba emponzoñar el café en azúcar [y los grumitos cuando era chocolate]. Yo siempre le daba la mitad de mi azucarillo, y ella sonreía con su hoyuelo en la mejilla izquierda. Creo que por eso se lo daba, por verla sonreír.
- Manu, apártate, ¿no ves que te lo voy a tirar encima?
Ese era otro de los riesgos de compartir cafés con ella: siempre, siempre los derramaba, inundando mesa. Tus apuntes acababan marrones y mojados, pero nunca, nunca la pude reñir; otra vez su hoyuelo asimétrico me hacía articular un no te preocupes.

- ¿Te gustó la película de anoche?. A mí no, pero los del cineclub se esfuerzan tanto que realmente es una pena romperles la sonrisa. Por eso aplaudí con tantas ganas. Di, ¿te gustó?.
-No. Me parece que ya hay unas cien películas iguales, de generaciones perdidas y desorientadas, de jóvenes que juegan a cambiar al mundo y mueren atrapados. No se puede cambiar el mundo calzando unas adidas.
Entonces, me miré a los pies. No, no podía cambiar el mundo. Me estaba muriendo de frío, tenía los pies congelados, y en vez de calzar botas, veía el logotipo de adidas relucir en mis talones, ¿hasta dónde había llegado la publicidad?. Laura se echó a reír a carcajadas, los dos viejos de siempre y los turistas renovados nos miraron a nosotros.
-¡Vaya! Te acabas de romper el corazón a ti mismo.
Entonces, ahí sí, la miré ofendido. Me fastidiaba sobremanera que siempre tuviera razón.

De camino a la facultad, vimos pasar dos ambulancias y tres coches de policía.
Algo había pasado.

Siempre ocurre que las cosas importantes pasan cuando hace mucho frío, como aquel mes de junio en que Julio amenazó con suicidarse.

5 comments:

Tristancio said...

Gracias, Paz... bello.
Por el frío que hace temblar hasta el corazón, con latidos desarticulados.
El frío, como cabo suelto, que confunde plazas de armas con plazas mayores.

Y por el café, calentito, que entibia esta nueva fría mañana de junio, después de la lluvia. (¿No sentiste la lluvia?)

Y Julio, que me cuenta que ha decido vivir, pese al frío.

(Ese frío que tan bien imagina Paz).

Abrazos, tibios abrazos para ti.

erMoya said...

Muy bonita la historia, me ha gustado mucho.
Solo me ha entristecido una cosa: creo que ya sé porqué todos mis esfuerzos para cambiar el mundo son en vano... :(

saludos!!

Anne said...

joooo, yo quiero mas entregas! ya me he encariñado con Manu y Laura jonch

Eramos pocos y parió la abuela said...

precioso =)

Pasate

botas de agua said...

mmmmm me gusta, Paz. Muy sugerente.