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Sunday, October 24, 2010

Primavera en la ciudad

Habían pasado tres años. Tres años no es ni mucho ni poco tiempo. Tres años son tres años.

Laura se enfadó muchísimo conmigo cuando dejé la carrera, como se enfadó con Julio cuando él decidió irse a Europa a trabajar donde sus tíos. Es difícil seguir el ritmo a alguien que se mantiene tan fiel a sí misma. Es imposible llevarle la contraria.

No sé  si tenía muchos motivos, o buenos motivos para dejar la carrera. De pronto me sentí encorsetado, unidireccional y violento. Tenía que hacer algo que me cambiara la vida.

Wednesday, May 21, 2008

Thursday, August 30, 2007

Tormentosos

Pero aquellos no eran días para revoluciones. Cualquier intento de poner en pie una pancarta habría acabado con sabañones y pulmonías, además de las carreras.
Hicimos una revolución en casa. Laura fue nuestra líder. Nadie supo muy bien cómo ni de qué había convencido a Julio para abandonar su salto al vacío, que parecía tan lleno de motivos. El caso es que iniciamos una campaña por la vida llena de argumentos que hasta a nosotros parecían cojearnos. Y Marina volvió a sonreír y ser parte de nosotros. Pusimos sobre la mesa lo que nos hacía diferentes y conseguimos aceptarlo.
Y así, la realidad se llenó de detalles, y los detalles se erigieron en motivos.




Todas las tardes, sacábamos a Julio a pasear por la ciudad, ya podía nevar, llover o tronar. Así, me compré unas botas y abandoné las Adidas.

- Veo que estás haciendo lo posible por conseguirlo.

En aquel momento no lo entendí, sólo podía ver el hoyuelo. Sentir, el frío.

Wednesday, August 15, 2007

Los fugaces

Los días pasaron, el frío se quedó calado entre los huesos. Llovió, claro. Me gusta coger la micro en la facultad cuando llueve. Mirar las gotas que chocan y resbalan en el cristal.

El invierno, trajo consigo las vacaciones. Aquel año, quedábamos siempre Laura y yo en el parque O’Higgins, para ir a ver a Julio. La mirada de Julio seguía congelando el tiempo, parecía seguir suspensa de los alféizares más altos de la ciudad, analizando el vacío.
Con las vacaciones, las noches de cineclub se multiplicaron, y vimos películas lentas con acento francés y apátridas con acento argentino. Los chicos siguieron con sus cortos sobre la imposibilidad de mantener una idea a flote y cómo la fatalidad persigue a todos aquellos empeñados en cambiar el mundo. Y yo, creo, empecé a pensar. Quiero decir a pensar por mí mismo. Con mi propio ideario, creyendo en una revolución sin barricadas.

Sunday, August 12, 2007

Extraños

Recuerdo en flashes cómo Laura reapareció, en forma de silueta junto a Julio. Recuerdo a los policías intentando tirar de ella, y sus gritos.
Recuerdo por encima de todos los fríos, la impasibilidad de Julio, que seguía mirando al frente, al vacío.
Recuerdo la bufanda de Laura, sus mil colores por el aire,en el suelo y los gritos de Marina.

De pronto, la silueta de Julio desapareció.


La sala de Psicología del hospital estaba llena de madres llorando y padres manteniendo la compostura [humedecida] que quedaron atónitos al ver llegar a veinte estudiantes vencidos por la histeria. Nos dijeron que Julio no tardaría en salir, pero que necesitaban hacerle unas pruebas. Para entonces, la silueta de Laura tiritaba ya bajo mi brazo. Y lloraba. Eso lo recuerdo bien, porque era la primera vez que la veía llorar.

Sunday, July 01, 2007

O los de viento

Pero aquel día no llegamos tarde.

La puerta de la Escuela aglutinaba a estudiantes, profesores y conserjes entre gritos de histeria y peticiones de calma. En una esquina, Marina gritaba desconsolada. Todos miraban hacia arriba, y en lo alto, se podía distinguir una figura apoyada en el alféizar. No cabía duda, aquél era Julio.
Cuando me di la vuelta, Laura ya no estaba.

Todos mis recuerdos de ese día están teñidos de un halo de olvido.
Sólo el frío en mis nudillos me hacía sentir real, me hacía sentir vivo.

Thursday, June 14, 2007

De los 365, los de sol.

Era increíble el frío que hacía en la ciudad aquel año. Ni la nevada del invierno pasado hacía predecir tantas mañanas heladas seguidas. Ya no llovía, de vez en cuando granizaba, pero eso no frenaba el viento que venía del Oeste trayendo la nieve de las montañas.
Así que me desperté tiritando sin atreverme a poner un pie en el suelo, buscando con la mirada mi jersey de lana gorda y mis zapatillas, perdidas a los pies de la cama. Pero no tuve más remedio que salir, llegaría tarde.
Había quedado en la Plaza de Armas para ir a tomar un café antes de las clases de la mañana. Siempre quedábamos ahí, como buscando una excusa para llegar tarde a la facultad. Me encanta la mezcla de gentes que se puede ver a los alrededores de la plaza: turistas, indigentes oficinistas, bohemios, y viejos trasnochados que buscan los lugares que les recuerden las tardes de juventud.
En medio de esa marabunta, estaba ella, con su bufanda enrollada en el cuello, casi arrastrando por el suelo, la mochila al hombro. Sonreí al ver cómo le temblaban las rodillas y las manos, al notar su nariz roja. Miré entonces al cielo, pidiendo un poco de sol. Pero nada hacía pensar que lo fuera a conceder.



-Dos cafés con leche, por favor. Y mucho azúcar.
A Laura le encantaba emponzoñar el café en azúcar [y los grumitos cuando era chocolate]. Yo siempre le daba la mitad de mi azucarillo, y ella sonreía con su hoyuelo en la mejilla izquierda. Creo que por eso se lo daba, por verla sonreír.
- Manu, apártate, ¿no ves que te lo voy a tirar encima?
Ese era otro de los riesgos de compartir cafés con ella: siempre, siempre los derramaba, inundando mesa. Tus apuntes acababan marrones y mojados, pero nunca, nunca la pude reñir; otra vez su hoyuelo asimétrico me hacía articular un no te preocupes.

- ¿Te gustó la película de anoche?. A mí no, pero los del cineclub se esfuerzan tanto que realmente es una pena romperles la sonrisa. Por eso aplaudí con tantas ganas. Di, ¿te gustó?.
-No. Me parece que ya hay unas cien películas iguales, de generaciones perdidas y desorientadas, de jóvenes que juegan a cambiar al mundo y mueren atrapados. No se puede cambiar el mundo calzando unas adidas.
Entonces, me miré a los pies. No, no podía cambiar el mundo. Me estaba muriendo de frío, tenía los pies congelados, y en vez de calzar botas, veía el logotipo de adidas relucir en mis talones, ¿hasta dónde había llegado la publicidad?. Laura se echó a reír a carcajadas, los dos viejos de siempre y los turistas renovados nos miraron a nosotros.
-¡Vaya! Te acabas de romper el corazón a ti mismo.
Entonces, ahí sí, la miré ofendido. Me fastidiaba sobremanera que siempre tuviera razón.

De camino a la facultad, vimos pasar dos ambulancias y tres coches de policía.
Algo había pasado.

Siempre ocurre que las cosas importantes pasan cuando hace mucho frío, como aquel mes de junio en que Julio amenazó con suicidarse.