Saturday, September 25, 2010

Niágara

[…]y, asustada, se lanza hacia dentro y al papel llega
un suspiro lejano de una boca de fresa
de una niña que no encontró lágrimas para llorar.[…]
David Muñoz.
 


Entró llorando en la habitación. Todos nos quedamos paralizados, mirándola, subida a esos zapatos, con todo el rimmel por la cara y las llaves en la mano, tintineantes. Esta vez no pidió perdón como suele hacer "perdón, ya sabéis cómo soy, no es nada". 
Había algo en su mirada que decía que esas lágrimas eran lágrimas antiguas, como el color rojo ennegrecido de las policromías medievales. Eran lágrimas de todas las edades, desde antes de nacer. De todos los momentos que nunca entendió. De esa infancia que a ella le gusta definir como feliz, pero de la que nunca hablaba por si acaso. Eran lágrimas de cocodrilo para conseguir que su madre la viniera a recoger. Lágrimas de un miedo terrible a la oscuridad de su cuarto, de tener que dormir con las noticias de la 2 (cuando eran a las 22:00) y la luz del salón encendida, lágrimas de no saber cerrar la puerta. De no llegar al interruptor ni a la cocina. De no entender nunca por qué le hizo aquello su mejor amiga. De no saber qué es de su vida.
Lágrimas de falsa modestia que en realidad esconde una profunda desconfianza en sí misma. Ella cree que nosotros no sabemos eso, pero son muchos años, y muchos episodios, de ella entrando llorando en la habitación, aunque estuviera sin llorar durante años.
Lágrimas por vértigo. Lágrimas de un mundo que ha dado demasiadas vueltas en los últimos tiempos. Eran lágrimas de las que valen la pena y lo dolido.

1 comment:

Anonymous said...

lagrimas lcristal de los sueños rotos.ana