Friday, November 25, 2011

Mortis causa

A Javi, que nunca ya será Javier
(I)

Tú, que sin quererlo, una noche de aquel septiembre 
me pusiste nombre.
En esdrújulas.
Tú, que eres el responsable de tanta Pacífica;
el joven ucrónico,
mezcla de provincias y Nueva York.

Has llamado a las cinco y media de la mañana hora peninsular
para llevarte la paz, con otro voz,
inundarnos el llanto, y,
por última vez, demostrarme que esto que 
estudio sirve para algo.
Que los padres heredan de los hijos ab intestato.

Tú, que siempre has sido risa
[Me niego a conjugar ser en un pasado sin regreso]
hoy eres llanto
y todo el miedo en sus ojos
cuando me hablan 
de lugares lejanos.

Todo el miedo, todo el llanto
de este mundo
del que hoy reniego.


(II)

Escribo palabras tortuosas y recuerdos nítidos.
De tu voz, tu sonrisa
y las palmadas en las rodillas.

Escribo, quizás entendiendo
que no queda salida
que esto no es mentira.
Que ese par de días que nos veíamos al año
eran mucho más
son mucho más
serán mucho más.

Aunque tú ya no vengas.
Aunque yo sea la que estudie en bibliotecas
y siga habiendo gente trabajando en rascacielos.

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