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Monday, January 21, 2008

los primeros saltos

No habían pasado doce meses, cuando la enseñaron a volar, a saltar el charco con impulso; para llegar a la torre del castillo.
Iba cada poco a ver al mar, en la proa y a babor. Y el viento le arrancaba las lágrimas, para llevárselas a los charcos .

Su castillo era un castillo encantado, con una hadita y un cocodrilo gigante corriendo por el foso que se veía desde la ventana.
Y de pronto, pasó mucho tiempo sin cruzar el charco, y comprendió que adiós nunca era una palabra válida y que alguien ausente no era aquél que nunca estaba, sino el que no hacía compañía.
Aprendió que no era malo ser princesa si no se vivía en palacios,
que la tierra en los zapatos era inevitable,
como las cicatrices en las rodillas
y las heridas en el campo de batalla.

Friday, January 04, 2008

Así empezó todo

 Nació demasiado deprisa para tener  nombre. 
Precipitada, como una tarde de tormenta.
Nació deprisa, porque escuchó un silbido apresurado al otro lado.
De entre Bárbara, Mar, Carlota, Loreto, y Paz, escogieron el último para enganchármelo en  la mirada.
Todo fue como en un vals: a tres tiempos.
El compás final fue el día seis de un mes seis de un año ocho, 
tres meses distanciado de un funeral y 
a falta de tres meses de gestación. 
Nació pequeñita y delicada, y le buscaron su lugar en un palacio de cristal. Pero yo no estoy hecha para palacios, por más que tenga la sangre azul
No fue difícil para ella conseguir que el guardián de bata blanca la dejara escapar, siendo tan güerita y frágil como estaba. Tenía en la piel el tacto de la ferocidad y la fragilidad del alma enamorada; pero no conseguía crecer, como si guardara la esperanza de escapar por una diminuta cerradura.
La noche que por fin consiguió huír, llegó un galán con dos doncellas para mostrarle sus respetos, y hacerle carantoñas, tan pequeña y güerita como era.
Y así, entre algodones, pasaron los primeros meses, del otro lado del mar. Y ella sonreía a todo el mundo, y nadie le dejaba pisar el suelo.